Desde hace varios siglos, la bahía de Arcachón es conocida y reconocida por sus ostras. Allí se ha ido desplegando la actividad de la ostricultura a lo largo del tiempo, transformando paulatinamente este territorio en un territorio ostrícola. En el corazón de esta laguna de marea, los criaderos de ostras cultivan esta concha en el marco de una naturaleza generosa, ofreciéndole todo lo necesario para su crecimiento. Se requieren de tres a cinco años de paciencia y conocimientos para que el ostricultor transforme las larvas en una ostra lista para ser degustada.
Este largo período de crianza ofrece a nuestras ostras su característica más preciada: «¡El sabor de aquí! ».